EDITORIAL: El espíritu olímpico

Falta ya poco para los Juegos Olímpicos de Londres 2012. La mayoría de las disciplinas me importan poco, el resto nada. Y sin embargo me resulta imposible no detenerme unos minutos si de casualidad me cruzo con algún evento en la TV. En el contexto de las Olimpiadas todo es más atractivo. En pocas semanas habrán millones de ojos viendo a una gorda polaca revolear un martillo.


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Inmediatamente después de las Olimpiadas tradicionales siguen las Especiales (Para-Olimpiadas las llamaban en algún momento, creo). Un evento mucho más nuevo, que el mundo políticamente correcto se encarga de mostrar como igualmente relevante. La reacción que me causa cruzarme con imágenes de las Olimpiadas Especiales en TV es la opuesta: rechazo. Similar al que me producen las imágenes que usa UNICEF en sus colectas: chicos enfermos y hambrientos en Africa, con moscas posadas cerca de sus ojos abiertos y enormes. Tengo que cambiar de canal, rápido. No sé si esto es normal, si soy ultra superficial o directamente un mal tipo pero no puedo ver estas cosas.

Hasta hace poco ni siquiera entendía la lógica de las Olimpiadas Especiales: Hay Olimpíadas para los mejores especímenes humanos en cada disciplina. ¿Las Especiales son para los… peores? ¿Para los que tienen limitaciones… pero tratan? ¿Porque no hay, por ejemplo, básquetbol para enanos? No es –conceptualmente- tan diferente a básquetbol en silla de ruedas.
Y los medios les dan amplia cobertura. ¿Por ser políticamente correctos? ¿Presión de grupo (no ser vistos como el medio que menos le dedica a tan noble evento)? Tengo que asumir que en la otra punta hay una audiencia para las Para-Olimpíadas. ¿Quieren genuinamente ver quién gana? ¿Satisfacer de una manera socialmente aceptable su gusto por lo morboso? Tal vez sentimientos de culpa o de piedad tengan también algo que ver.


Si bien 2012 no será la excepción –evitaré tanto como me sea posible todo contacto con las Olimpíadas Especiales (y con publicidades de UNICEF)- creo que por lo menos ahora entiendo mejor la razón de su existencia. Hace unos días un orador excepcional al que tuve la suerte de escuchar propuso una idea que me reconcilio con la lógica de este evento: su descripción del Espíritu Olímpico. El Espíritu Olímpico, sabemos, tiene que ver con empujar los límites de lo que es capaz el hombre: más alto, mas fuerte, más lejos.
Identificar al ganador de cada competencia es la capa más obvia de lo que interesa de los Juegos: extrapolar a la especie los logros de nuestro mejor ejemplar. Sensación de orgullo, en primera aproximación, asociada a que uno ‘de nosotros’ fue capaz de correr los 100 metros llanos en tantos segundos.
Una visión alternativa de cada competencia es que por cada 15 tipos corriendo habrá 14 perdedores. Las imágenes de los juegos están pues dominadas por fracasos. Pero es en los perdedores donde es más evidente el Espíritu Olímpico.
Cada uno de ellos hizo de su disciplina la razón de su vida, inspirado en la posibilidad de ser, por un momento, el mejor. Y cada uno acepto el desafío de probarse ante sus pares en presencia del mundo absolutamente consciente de que las probabilidades estaban –abrumadoramente- en su contra: Dar lo mejor de si frente a la adversidad. Este es el verdadero Espíritu Olímpico y la razón por detrás de esa atracción mágica de los Juegos: muestras de coraje en su estado más puro, que nos hacen sentir orgullosos de ser parte de la misma especie humana.
Y esto también va para las Olimpiadas Especiales. Gracias a todos los que participan en la una y la otra por recordarme que no somos la peste planetaria que las noticias de las 8 se empeñan en hacernos creer que somos.

Sergio Sapio

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